Quito, 40 años como Patrimonio de la Humanidad
A las ciudades del mundo les empezó a agradar la idea de su propio Centro Histórico. Son destinos ubicuos hoy en día, algunos avalados por la UNESCO, la institución que de cierta manera llevó el término al mainstream en un principio, aunque otros Centros Históricos se han proclamado por orgullo propio o como simple táctica para ingresar con fuerza en el mercado de destinos.
De todos ellos, hay pocos como Quito. No lo decimos (sólo) porque sea nuestro Quito del alma, sino que nos atenemos a un simple hecho: fue el primero. UNESCO creó la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad a un concepto – un lugar desde el cual liderar una nueva lucha contra el tiempo –y antes que a ningún otro lugar, la impartió a nuestra ciudad.
Es cierto que no es necesario que una institución avale el deseo de una ciudad de atesorar y querer cuidar su patrimonio, pero ese Quito de hace 40 años, un lugar perdido en la nebulosa de la historia, desconocido por la mayoría de terrícolas, olvidado, incluso, por quienes alguna vez aplaudieron sus artes o aclamaron su belleza natural, no se imaginaba aun lo que ello implicaba. Y aun así, había demasiadas razones para dejar su huella en quienes terminarían por otorgarle la distinción en 1978.
Eran, en sí, razones imposibles de ignorar. Ahora, los “centros históricos” optan por pintar sus paredes de colores, se iluminan por las noches, hacen de sus iglesias salas de concierto, bibliotecas y cafés románticos, remilgándose en todo lo posible para dejar de ser ciudad útil a sus ciudadanos y convertirse en ciudad museo para sus turistas.
Pero esa Quito de esos tiempos no tuvo que ser más de lo que era para impresionar.
La ciudad está construida asombrosamente sobre un rompecabezas geológico, rodeada de titánicos volcanes activos y humeantes.
Su gente preserva creencias ancestrales que aparecen con igual fervor en mercados como en iglesias (iglesias entre las cuales no sólo está la más grande de la región, sino la más hermosa también). La lucha contra el tiempo jamás es sencilla. Se la libra con mucha pasión y las derrotas son inevitables. Pero la naturalidad con la que los quiteños convivían entonces, y continúan conviviendo hoy, con aquel mentado “patrimonio” aquí en Quito, ha hecho de esta ciudad un ejemplo indudable de lo que, para aquella comisión de la UNESCO, expresaba con aquellas palabras: Quito era un Centro Histórico por excelencia.
De la autenticidad a la reinvención…
Las cosas han cambiado. El turismo ha cambiado. Pasó, como quien dice, de tercera persona a primera persona. Visitantes antes llegaban a las ciudades y se les mostraba lo que se les quería mostrar, impersonalmente. Los “city tours” eran grupos de gente arreada en autobuses, soltadas a las calles con su pastor, el hombre de la banderita (y a veces el megáfono) impartiendo la información que se tenía que retener de cada sitio en el que se hacía escala.
Hoy, se descubre una ciudad por uno mismo. Se buscan experiencias según los intereses particulares de cada cual, e incluso según el ánimo que estemos atravesando.
Los destinos –estos nuevos “centros históricos” –tienen que ser dinámicos, tienen que tener todas las comodidades de casa y muchos museos para visitar, por supuesto, aún si son museos de cosas nimias e intangibles.
Además de experiencias con la gente local, las cuales, en muchos casos, terminan siendo preparadas de antemano: pequeños teatrillos vestidos de vivencias… Muchas ciudades se han adherido bien a ello.
A veces, precisamente porque no cuentan con lo que cuenta Quito. Sus capillas las convierten fácilmente en tiendas simpáticas y sus claustros, los vuelven centros comerciales… y poco a poco se reemplazan a los residentes y sus residencias por habitaciones de estadía y lugares de consumo.
La “historia” termina siendo un bonito mural, un lindo paisaje de fondo, un lugar para caminar y sentirse como en el set de una película.
Es en ello, precisamente, donde está el reto para Quito. Porque Quito no es solo los lindos edificios y el bonito paisaje de fondo. Sigue siendo una ciudad profundamente arraigada y su Centro Histórico el lugar donde los quiteños no sólo atesoran su patrimonio, sino que se convierten en parte de él.
Utilizan sus iglesias para lo que fueron concebidas. Van a misa en sus capillas. Adoran a sus virgencitas. Compran medicamentos de sus monjas descalzas, quienes viven en sus claustros que todavía cuentan con espacios de vivienda que no se abren a nadie, ni a las moscas.
Es el quiteño que le da significado y vida a su ciudad.
Es una enorme ventaja. Muchas ciudades adorarían ser tan auténticas al momento de reinventarse para recibir a sus turistas. Quito posee esa extraña y dichosa suerte de poder ofrecer todo lo que lo hace especial tal y como es desde que los españoles la levantaron sobre las ruinas incas y preincas en el siglo XVI…
Quizás, como dicen los sabios, no hay nada nuevo en la tierra… toda novedad no es sino olvido… En lugares donde hay que inventar, quizás sea cierto… ya se ha olvidado. Pero por lo pronto, aquí todavía recordamos. Y es una maravilla poder hacerlo.
Fuente: nanmagazine.com
